«¿Si me siento enfrente del Monte Rushmore sentiré la gran bienvenida estadounidense que nunca tuve?»1
Era el año 2011. A finales. Por aquel entonces vivía en Salamanca (dato biográfico inútil que solo sirve para poner un poco de contexto). Mi piso de soltero era un circo: Robert De Niro cabizbajo en la piel de Travis Bickle presidía una pared en un póster mohoso que aún conservo, Marilyn sujetándose la falda sobre aquella célebre rejilla reinaba en otra, ceniceros rebosantes yacían sobre el escritorio recordándome que eso de fumar no era una batalla que pudiera ganar. Sin contar lo de los libros, claro, amontonados por sitios inverosímiles. Habitualmente sonaba por mis altavoces baratos algo de metal sucio, a veces jazz, rock progresivo o electrónica, o trip hop, ¡cómo me voy a acordar! Pero recuerdo perfectamente el día en que escuché por primera vez aquel Video Games fundacional de Lana Del Rey. Aquella revisitación de lo millennial en clave camp, que desastraba el concepto del glamour mirándote a los ojos directamente desde una webcam cutre, con la mirada felina y la poesía de verso libre a flor de piel. Fue una noche cualquiera, de madrugada, como siempre. El vídeo de marras me apareció en la cara en YouTube. La expectativa antes del play era regulera: «otro productillo para captar incautos», pensé. Aun así hice clic igualmente. Campanas. Cuatro por cuatro. Acordes sobre fa sostenido y la. Ella me mira, a mí en concreto, no a todos los miles que también la aguardaban al otro lado de la pantalla. Y creo que hubo un hiato extraño y algo marciano, tipo abducción, porque al momento estaba ya redactando un mensaje para enviar a toda mi basca instándoles a, por el amor de Dios, escuchar eso (y recordemos, era de madrugada). Porque era extraordinario, colosal, de una sensibilidad y una melancolía inmensas. Era real2 en los oídos y el cerebro, deliciosamente excesivo, por más que mil voces se alzaran diciendo esto y aquello sobre ella, que si «romantización de la sumisión»3, que si sad girl aburrida, y todo aquello que probablemente el lector recuerde si tenía la edad suficiente en aquellos años.
Luego llegó Born To Die, su primer álbum —o segundo si contamos aquel extraño Lana Del Ray a.k.a. Lizzy Grant que estuvo muy poco tiempo disponible de manera oficial; o incluso tercero si queremos considerar aquella aproximación acústica suya bajo el seudónimo de May Jailer—, en el que estaba no solo aquella piedra en el estómago que fue Video Games, sino también unos cuantos himnos más —incluso uno literal con National Anthem— que llevaban tanta aparatosa verdad consigo como nostalgia dejaban. Y aquella cima beat generation que evocaba con claridad prístina al Kerouac de En el camino que fue Ride, inmenso videoclip mediante a la voz en grito de «yo conduzco rápido»; o el inabarcable Ultraviolence, tan costa oeste que daba vértigo. O. O. O. No voy a liarme más a comentar las virtudes de todos los trabajos excelsos que ha ido creando la artista a lo largo de todos estos años ni a dar vueltas sobre su biografía, por dos razones: la primera es que internet es un ancho mundo en el que el lector encontrará todos estos datos escritos por alguien con más vocación expositiva que servidor de ustedes. La segunda es que yo aquí he venido a hablar de lo intangible —o a pretenderlo, vaya—, de la línea que conecta a Elizabeth Grant con Lana Del Rey, a lo místico con lo terrenal.
Y como no podría ser de otro modo, qué mejor que comenzar hablando de la estética. La belleza plástica que despliega la artista tiene más que ver con lo literario (y lo cinematográfico, tantas veces puro David Lynch) de lo que podría parecer en primer lugar. Lo literario relacionado más con lo estético que con lo ético, aunque exista a todos los niveles una relación prácticamente indivisible entre ambos conceptos (sobre todo si atendemos a las ideas de Wittgenstein4). Bajo sus versos terribles y su entonación casi abúlica está encerrado el más alto ideal de lo camp tal y como lo enunciaba Susan Sontag en 1964 en sus destacadas Notas sobre lo «camp»: «la esencia de lo camp es el amor a lo no natural: al artificio y la exageración»5 o «lo camp es una cierta manera del esteticismo»5. Todo en ese otro «yo» de Elizabeth Grant, en Lana Del Rey, no tanto un alter ego como un desdoblamiento igual de consciente pero mucho más libre de sí misma (¿quién nos dice que no podríamos pensar que las palabras del Dr. Jekyll no encerraban la más imposible verdad?6), tiene el componente estético inefable que pertenece más a una sensibilidad7 que a cualquier otra respuesta objetiva sobre lo que percibimos de ella: a Lana Del Rey se la vive y se la siente muy cerca, toda ella estética y exageración, arte y genio.
Porque por si algo destaca, además de por toda esa personificación de lo estético, de lo camp y de lo bello pero incómodo, es por su literatura y por cómo la integra dentro de un sistema musical perfectamente definido pero en constante evolución. Esas letras, que como iremos viendo nos llevan directamente a Sylvia Plath y al estilo autoficticio, son tan vibrantes como extrañamente directas, de una profundidad temática sobresaliente pero a su vez un gran hálito particular8. Su uso de la metáfora es siempre poderoso, su desnudez argumental no falla a la hora de expresar la «verdad», y desde luego que sus muchas cualidades vocales y estrictamente musicales (pensemos en su registro grave, tan presente en Born To Die o Ultraviolence; pero también en el agudo, más usado en largos como Chemtrails over the Country Club o Blue Banisters) exceden lo ordinario: escuchar y atender a un trabajo de Lana Del Rey es transformador, porque desmenuza su sensibilidad particular sin más intención que la de crear algo, un cosmos, personajes, líneas temporales y narrativas. Lejos de buscar una universalidad, que es el mal del que adolecen los millones de productos musicales que trufan el mercado, Del Rey no parece pretender interpelar a nadie.
Lo más probable es que el lector tenga una imagen de la artista estadounidense más o menos definida en su mente. Y precisamente esa proyección es la que es particularmente interesante en términos socioculturales: Lana Del Rey es un concepto, abrazarlo como lo que es y no como lo que sus observadores quieren que sea depende de nuestros ojos y la apertura con la que seamos capaces de mirarlo. Entra dentro de lo posible que, y precisamente debido a determinadas canciones insertadas en la cultura pop como Video Games o Summertime Sadness (que no en la música pop, que de eso ya hablé en otra ocasión) que han salido de su genio compositivo, la percepción social de «quién» está detrás del seudónimo no difiera demasiado de la de otra diva de masas cualquiera, como por ejemplo Taylor Swift o Adele, teniendo en cuenta que solo parece importar el número de discos que puede vender en potencia o cómo de reforzada haya salido de la última gala de cartón piedra que haya decidido premiar la industria por la industria. Lo cierto es que, y perteneciendo de modo similar al establishment, la pregunta no es «quién» sino «qué»: apenas hay una narrativa clara para definir la presencia social de Del Rey como Elizabeth Grant, porque la realidad es que es absolutamente irrelevante. Lana Del Rey tiene el poder casi inalcanzable de ser interpretada desde la semiótica, de penetrar en el imaginario colectivo tanto a un nivel superficial (de nuevo, lo pop) como a uno inmensamente sensible (de nuevo, Sontag). En su más que interesante producción poética (al margen y también dentro de lo musical) habla en términos tan espirituales como propiamente escénicos («my life is my poetry; my lovemaking is my legacy»91), lo cual, de nuevo, nos lleva al carácter performativo que exhibe, siempre dentro de ese camp como gran contenedor estético. Y aquí se vuelve inevitable mencionar (de nuevo) a su gran punto de partida, la grandísima poeta Sylvia Plath. Del Rey recoge sus premisas confesionales y las musicaliza, las vuelve siglo XXI, las encierra dentro de lo millennial, les da una forma brumosa y las articula alrededor de un sentir generacional que ya por ese entonces, entrada la década de los dos mil diez, estaba en claro declive y demonización. Lo que funcionaba era lo depurado e irreal, no lo kitsch o claramente incómodo10; el éxito estaba alrededor de lo posmoderno, no de aquello que teatralizaba sobre lo «incorrecto», sobre el dolor, el gusto controvertido y fumaba a pies descalzos.
Con los años, la imagen popular de Lana Del Rey ha ido consolidándose, pero nunca con el filtro adecuado. La industria la ha ido aceptando, pero bajo sus propios términos: te tenemos por aquí, pero te haremos pasar por diva, te pondremos el letrero de «Parental Advisory» y esperaremos con los dedos cruzados que no nos hagas un Amy Winehouse, porque en ese caso nos veremos obligados a vender muchos discos y sacar aquella entrevista en la que decías admirar la solución de Kurt Cobain11 y a recordar aquello de «I’ve been tearing around in my fucking nightgown. 24/7 Sylvia Plath»12. Con toda la honestidad posible, pero a su vez sin temblor de pulso, solo hay un aspecto que debemos tener en cuenta, independientemente de lo que quieran vender los premios o la dictatorial industria: Lana Del Rey es la artista más importante del siglo XXI, influencia directa de figuras ampliamente reconocidas hoy en día y una muestra constante y evolutiva de arte mayúsculo: el de verdad (o el de mentira, tanto da), el abismal. El que perfila un mundo que no es necesariamente «el» mundo.
- Del Rey, L. (2021). Violet hace el puente sobre la hierba (E. Sastre, Trad.). Editorial Planeta.[↩][↩]
- En Diez maneras de amar a Lana Del Rey Luis Boullosa daba con una proclama interesante a este respecto: «…exigirle a Lana autenticidad, acusándola de pertenencia a una clase acomodada, es como si un sanedrín de orondos fariseos acusase a Cristo de ser fake porque su padre el carpintero le pagó los dátiles hasta los treinta». Fuente: Boullosa, L. (2022). Diez maneras de amar a Lana Del Rey. Liburuak.[↩]
- Recuerdo aquella anécdota que ella misma contaba de cuando una mujer le lanzó un libro sobre feminismo a la cara. Fuente: Lana del Rey and Billie Eilish fall in love. (2023, 10 marzo). Interview Magazine. https://www.interviewmagazine.com/music/lana-del-rey-and-billie-eilish-fall-in-love[↩]
- Si el lector siente interés por esto, le refiero a modo de introducción a El genio: ética y estética son una, paper de Carla Carmona Escalera publicado en Art, Emotion and Value. 5th Mediterranean Congress of Aesthetics. Aquí: https://www.um.es/vmca/proceedings/docs/19.Carla-Carmona-Escalera.pdf[↩]
- Sontag, S. (2022). Susan Sontag: Obra imprescindible: Edición de David Rieff. Penguin Random House.[↩][↩]
- Stevenson escribía así en El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde: «día a día, y desde ambos lados de mi inteligencia, el moral y el intelectual, me acerqué cada vez más a esa verdad cuyo descubrimiento parcial me ha condenado a una ruina tan deplorable: que el hombre no es auténticamente uno, sino auténticamente dos». Fuente: Stevenson, R. L. (2020). El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Libros del Zorro Rojo.[↩]
- De nuevo vuelvo a Sontag, cuando enunciaba que «toda sensibilidad que pueda ser ajustada en el molde de un sistema, o manipulada con los toscos instrumentos de la prueba, ha dejado de ser una sensibilidad. Ha cristalizado en una idea». Fuente: Sontag, S. (2022). Susan Sontag: Obra imprescindible: Edición de David Rieff. Penguin Random House.[↩]
- Insto al lector a pasarle una escucha atenta y reposada a Fingertips, tema incluido en su álbum Did You Know That There’s a Tunnel Under Ocean Blvd.[↩]
- Traducido como «mi vida es mi poesía; mi capacidad de hacer el amor es mi legado».[↩]
- Ella dice en Cola: «my pussy tastes like Pepsi cola; my eyes are wide like cherry pies», traducido por «mi coño sabe a Pepsi cola; mis ojos están abiertos como pasteles de cereza».[↩]
- Jonze, T. (2019, 4 abril). Lana del Rey: «I wish I was dead already». The Guardian. https://www.theguardian.com/music/2014/jun/12/lana-del-rey-ultraviolence-album[↩]
- Extracto de hope is a dangerous thing for a woman like me to have – but i have it. Traducido por «he estado dando vueltas con mi puto camisón. Sylvia Plath 24 horas al día, 7 días a la semana». A este respecto, recuerdo al lector que la genial Plath se quitó la vida a los treinta en 1963.[↩]