Suelo pensar mucho en la imagen, en la conexión entre sus virtudes y lo que creemos ver en ellas. En cómo se relaciona con lo que entendemos. Pero con Aftersun me he podido permitir no analizar cada línea, sino que he caído en un pozo de melancolía y lucidez. Es la adición de la música al universo pictórico, la suma de cada mirada y cada imagen imaginada. Desprovista de artificio, de excelencia fotográfica, pero demasiado abierta y nostálgica como para reducirla al análisis textual. Una suerte de agujero privado por el que observar el amor y la tragedia.
Recrea los recuerdos que no existen, que conversan a través de los detalles pequeños con unos personajes a los que se les puede (debe) perdonar todo. Sí hay imagen, poderosa y oculta tras la cotidianidad más lírica, pero está tan escondida en la soledad que duele de tan bella.