por David G. Miño

Ju-on (Takashi Shimizu, 2000)

Críticas breves | FECHA DE PUBLICACIÓN: octubre 7, 2024
Póster

En Japón, el V-Cinema es lo que aquí llamaríamos directo a vídeo, o telefilme. Un tipo de película que está pensada para verse en casa, no en salas. Y juega un papel fundamental en la eclosión del J-Horror. Con Ju-on, daría comienzo una de las sagas más perturbadoras.

Takashi Shimizu era, en aquel momento, un estudiante de cine que tenía por maestro a Kiyoshi Kurosawa (sabiendo esto, se entienden cosas). Y tenía una idea que quería llevar a cabo. Y lo logró. Podríamos considerar que él e Hideo Nakata con Ringu cambiaron el juego del terror.

Y así llegamos a Ju-on, una obra casi amateur muy parca en recursos. Pero que desarrolla una serie de ideas y conceptos que contribuyen a considerarla una joya de la inquietud, del horror más primario. Que despliega un imaginario que no necesita opulencia para destacar.

Su uso de los espacios es formidable. Cómo logra convertir un lugar cerrado en una pesadilla con apenas dos tiros de cámara. Que compone una narrativa basándose en la dirección y en la dimensión. En la disposición del entorno.

Invita a pensar el plano, a rebuscar en cada rincón. Hay en su oscuridad amateur algo terrible, una sensación de pérdida imposible de ignorar. Como si en ese gris y esa soledad estuviera escondido el peor monstruo posible. Aunque solo lo intuyamos y apenas lo vislumbremos.

Eso sí: cuando hace acto de presencia esa maldición del título, ese rencor inhumano que se queda pegado a las paredes, el terror es infernal. De los que provocan un escalofrío solo al recordarlo. Posee también una poesía difícil de definir. Como un pesar eterno y ancestral.

De narrativa fragmentada y organización errática, Ju-on es una película exigente con el espectador. Situada en las antípodas de ese cine occidental que lo verbaliza y lo expone todo, es este un filme que no da nada hecho. Que obliga a entrar en sus espantos sin red debajo.

Claro que, y como cabe extraer de su concepción (directa a vídeo, hecha con cuatro duros), está lejos de ser perfecta. Se le ven las costuras en ocasiones y por momentos es incluso tosca (aunque con encanto).

Aun así, supone una parada obligada para cualquier amante del terror.

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