El apellido Shyamalan parece estar ligado a lo mágico. En The Watchers Ishana Night Shyamalan resuena en la misma frecuencia que su padre, aunque se echa en falta un poco más de hechizo, de sensibilidad, de ilusión. Aun así, no es una película desdeñable: posee bellas ideas en su interior. Un enfoque hermoso sobre la soledad, la culpa, la búsqueda del sentido.
A pesar de que la venden bajo la etiqueta del terror, esto es otra cosa. Un drama sobre la pérdida y sobre lo que nos retiene varados en el mismo laberinto cíclico. El problema: le falta una gran voz que la envuelva al completo. Que le dé forma final. Se siente como una gran suma de buenas ideas a las que les falta una capa exterior que fusione todos sus puntos en un único golpe sobre la mesa. Es una ilusión en bruto, sin pulir.
Lo innegable: hay tragedia imbricada con sus maneras de fábula. Ishana Shyamalan mueve la cámara entre los árboles como si fueran los traumas de sus personajes. Pero se pierde dando vueltas en ese bosque: le cuesta encontrar una salida y otorgarle más cualidades mágicas.
Sí usa recursos interesantes (ese desenfoque y fuera de campo absoluto en los rostros de los primeros compases junto al personaje de Dakota Fanning vs. el extremo detalle de las caras en la escena del bus) que buscan una narrativa. Pero no siempre sabe ponerlos en valor. Se echa de menos también que hubiera abrazado el lirismo con más fuerza. Hay secciones enteras demasiado prosaicas. A la poesía y delicadeza que parece poseer en la mirada le falta un empujón más para terminar de sentirse virtuosa. Para resultar completa y no solo una mención.
The Watchers es una película desigual, a veces torpe. En algunos momentos sabe exactamente qué mostrar y en otros se equivoca de lado a lado. No es justo reducirla al desinterés, pero da rabia por todo lo que podría haber sido y todo lo que podría haber trascendido.
