Vamos con unos comentarios sobre Megalópolis, sobre ese cine que no se acomoda y sobre el talante provocador que, por definición, posee toda obra de autor.
1. El cine puede ser exceso. Puede ser inventiva sacada de su molde. No tiene la obligación de satisfacer al espectador ni mucho menos seguir una fórmula comprensible ni canónica. Parece obvio, pero es importante comenzar con esto.
2. La narrativa no está ahí para calcarla, sino para subvertirla. Para comprenderla y luego jugar con ella. Los mayores genios en eso de «contar historias» son los que más se atreven y experimentan. Lynch puede hacer The Elephant Man, pero también Lost Highway. Y brillar.
3. Coppola no necesita rendir cuentas ante nadie. Su legado habla por sí solo. Con Megalópolis abraza su visión, sus obsesiones y sus marcas como autor y las eleva, las sublima, las convierte en un ídolo apasionado que no entiende de lógicas.
4. Esta obra está ahí para sentirla, casi para olerla. Cada obra supone un desafío crítico diferente, y cuanto más compleja y singular, mayor reto para el que la interpreta. Enfrentarse a algo así como si se tratase de un filme convencional, de una más entre tantas, es un error.
5. Ahora bien: hay exceso, hay brillos, hay sombras, hay destellos de genialidad absolutamente embriagadores, hay caídas al vacío casi incomprensibles, hay momentos de una belleza tan grande que paralizan, otros de una fealdad casi inconcebible.
6. Adam Driver y Nathalie Emmanuel forman una unidad tan improbable en pantalla que resulta casi imposible definirla. Como si Coppola estuviera rechazando con cada tiro de cámara y cada decisión de dirección de actores formar parte de lo que vino antes.
7. Sus ideas son enormes, su juego con el espectador profundo. No parece importarle que se la entienda, sino que se la interiorice. El contexto no le sirve: lo rechaza. La contención le estorba. Solo quiere expandirse a cualquier precio, como un tornado.
8. Su forma es su momento clave. Y lo sabe. Provoca mediante el montaje y el sonido, mediante tonos que se solapan unos con otros, con tramas que se enredan y personajes que son y no son. Muta con cada minuto y explora cientos de conceptos que solo cristalizan con el tiempo.
9. Pocas veces podremos ver una imagen tan poderosa, tan exquisita en su concepción, tan al servicio de un sistema de ideas, tan imprevisible y tan abiertamente salvaje.
10. ¿Problemas? Puede que todos. Como toda obra excesiva y extraña, como toda obra singular y salida de las más profundas entrañas de su autor. Los problemas, claro, son irrelevantes en este contexto crítico. Los problemas son oportunidades para adaptar nuestra mirada.
11. ¿Virtudes? También todas. Que percibamos un momento de gran cine nos invita a que repasemos lo que sabemos de cine. A que nos dejemos arrastrar por su cauce, abandonados a su suerte. Las virtudes, claro, son irrelevantes. Porque forman una pequeña parte de algo indivisible.
12. «Megalópolis» puede hablar del tiempo, de la civilización, de cómo el mundo se desmorona, de cómo cuatro malas personas deciden por todos nosotros, de la decadencia de un imperio (da igual cuál), del amor. Sobre todo del amor. De lo que somos, de lo que podemos ser.
13. Puede hablar de la magia, del arte, de lo que significamos para los demás, de lo que perdimos, de lo que no tenemos y queremos, de la familia, del dinero. Del capital, de la muerte. Del Eros y el Thanatos.
14. Es una obra casi inverosímil, que sorprende al no entenderla y sorprende más al creer entenderla. Que en según qué ideas puede parecer naíf, ser en efecto naíf, y aun así no importar que lo sea. Que se abraza en su totalidad y se disfruta en su totalidad.
15. No, esto no es una crítica. Solo una serie de ideas mal ordenadas. Megalópolis es exigente. Y bella. Y nostálgica. Y crepuscular. Y de otra época y también de nuestro tiempo. Y acertada y llena de contradicciones.
Y creo que así debemos verla, recordarla. Sentirla.