Me dio por revisar la Ocean’s Eleven de Steven Soderbergh, una de esas películas en las que en su día encontraba un reducto de paz y risas. Y pese a que lo que siempre ha funcionado lo sigue haciendo, vista hoy en día la inundan problemas de graves a muy graves.
Lo que funciona: es un jolgorio de carisma, un oasis en el que lo único que importa es con qué frase ocurrente y qué pose perdonavidas nos van a deleitar Clooney, Pitt y compañía. Todo va tan rápido y tiene tanta chispa que es fácil dejarse llevar.
(Aunque todo sea dicho, por momentos parece una convención de cuñados).
El atraco en sí mismo mantiene bien la tensión, aunque el mérito hemos de dárselo sobre todo al montaje. Es un festival de caras conocidas en el que incluso Andy García parece estar pasándoselo en grande pese a la cara de vinagre que lleva todo el metraje.
Lo que no funciona y lo inunda todo de problemas: la aparición del personaje de Julia Roberts. Vista hoy, ha envejecido fatal no, lo siguiente. Supone una problemática enorme en la que la mujer se convierte en un bien de mercado con el que comerciar entre tíos. No tiene carácter ni agencia, parece estar esperando todo el tiempo a que los machos cabríos hagan sus cosas para ella ir corriendo junto a uno o junto al otro. Y yendo más allá de lo obvio: eso es un problema de guion salvaje que nubla por completo la coherencia.
Es una de esas películas que los años han tratado mal, y merecidamente, además. Nada de esto importaría de haber sido una película de atracos y punto. Pero se mete en un jardín en el que queda atrapada pese al resto de sus «posibles» puntos fuertes.