A día de hoy, el cine de acción que se desliza en el terror o el gore tiene poco margen de maniobra para sorprender. Ya hemos visto las más creativas salvajadas. Y Project Wolf Hunting no ha venido para redimir nada, pero su propuesta sanguinaria tiene elementos fuertes.
¿Cuáles son esos elementos? Para comenzar, su absoluta inclemencia. No tiene compasión con nada ni con nadie. Presenta protagonistas que duran un asalto y secundarios de inesperada longevidad. Posee un aura de impredecibilidad refrescante: todo puede pasar en cualquier momento.
¿Más elementos? Es salvaje plus. Propone un gore de efectos prácticos vieja escuela que se afana en ser brutal, en resultar cruel y despiadado hasta las últimas consecuencias. En tiempos de cine amigable, Project Wolf Hunting pega un violentísimo puñetazo en la mesa.
Quizá es porque el cine coreano no padece de las imposiciones veladas del occidental, pero se permite el lujo de montar una historia de las que es mejor no pensar mucho y entregar un espectáculo de los que dan lo que prometen. Además, juguetea bien con la ciencia ficción.
El guion, de este modo, es su punto débil. Está lleno de inconsistencias y faltas de coherencia. Los personajes parecen haber sacado sobresaliente en el examen a la ineptitud. Y además, es de todo menos sutil. Pero es que eso, a Kim Hong-sun no le importa lo más mínimo.
Como de costumbre en este tipo de producciones coreanas, hay una mirada hacia el japonés muy crítica. Una que no olvida los experimentos del Escuadrón 731 y que pone sobre la mesa las barbaridades de la ocupación japonesa de Corea. Aunque no es un comentario muy desarrollado.
Aquí se viene a por sangre y salvajadas de las que hacen saltar el subwoofer (y esto es casi literal: cómo resuenan los golpes). A apagar las luces y gozar del espectáculo. Si la idea es enfrentarse a un cine sangriento y dantesco por cada ángulo, este es el sitio.