por David G. Miño

The Fog (John Carpenter, 1980)

Críticas breves | FECHA DE PUBLICACIÓN: octubre 5, 2024
Póster

Lograr una buena atmósfera es muy complicado. Que resulte ominosa, densa, opresiva. Y lo más importante: que encaje con la idea que subyace a la obra, que abrace cada concepto.

Y eso, justo, es lo que logra Carpenter con The Fog. Una conjunción de forma y fondo única.

A diferencia de tantas obras de terror (aunque este término suene reduccionista), aquí hay una mirada que unifica, que convierte cada imagen en un elemento que da sentido al que le precede y al que viene después. La niebla es un personaje, un elemento que crea estímulos.

El montaje aquí cobra una importancia capital. Y es una clase viva de cómo funciona y cómo vertebra ideas. Partiendo de un punto (el faro, el extraordinario personaje de Adrienne Barbeau) unifica toda la narración con verdaderos destellos de genio. La unión y la imagen como río.

Es sabido, por otro lado, la faceta de (gran) músico de Carpenter. Aquí, por supuesto, entrega otro de sus prodigios synth, de sus bombas dark que casi provocan neones en la vista. Sugerente y evocadora.

Pero, ¿dónde ofrece The Fog una riqueza semántica superior? En su profundidad, en su uso de la alegoría.

Carpenter siempre ha sido dueño de una mirada muy crítica. Aquí no solo habla de la culpa a título individual, sino colectivo. De aquello que la sociedad tiene en su haber.

Hilado desde el relato de terror (literalmente, aquí un cuento de fantasmas), Carpenter sabe golpear con fuerza en los entresijos de una sociedad carcomida y sustentada en la sangre y la mentira. En la farsa.

De esa niebla que penetra en las calles y lo engulle todo. De esos agraviados que llegan de las profundidades del océano para cobrarse la deuda de un robo y una muerte. De esa agua salada que se filtra por las rendijas y lo cala todo de óxido y algas. Que viene a llevarse algo y no tiene intención de irse con las manos vacías.

Es imposible acercarse a The Fog y no salir extasiado por su imagen, por su estética trascendente, por la fuerza de cada sencillo concepto. La capacidad de Carpenter para construir iconos y convertir lo simple en extraordinario es formidable.

El cine, aquí, es pura niebla.

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