¿Qué podemos hacer con una película como Alien: Romulus? Todo en ella parece presagiar un desastre, una caída al vacío que se aprovecha de un icono para explotarlo y darse importancia. ¿Es así? Hay de todo un poco.
Vamos a empezar por los problemas: no es memorable, no aporta nada nuevo, sus ideas no son complejas, su puesta en escena es convencional. Y en beneficio de un buen argumentario, voy a intentar desarrollarlo.
1. No es memorable porque sus imágenes no proponen nuevas vías de expresión, se sienten como el viejo conocido. Cada composición de plano, o cada decisión estética (visual y sonora) parece estar diseñada para «gustar», para «funcionar», no para inquietar o insinuar.
2. No aporta nada nuevo en el sentido más primario posible: no hay nada que la separe de sus compañeras de saga a un nivel conceptual. Sigue atrapada, como sus sufridos protagonistas, en el interior de una nave en el que se encapsulan algunas inquietudes humanas. Pero nada más.
3. Sus ideas no son complejas porque no tienen aristas. Más allá de su debate sobre la vida sintética y, en cierta manera, la inteligencia artificial, y la moral cuantitativa, no escarba más. Y es una lástima, ya que había punto de partida para ser más incisiva y provocadora.
4. Y su puesta en escena es convencional por razones más o menos visibles. La cámara encuadra lo que resulta más directo, los espacios son tan ominosos como cabría esperar. No hay un juego sugerente entre ella y el espectador.
¿Cómo se entiende todo esto en este contexto? Como una película que parece querer ser e imitar a Dead Space, cuando paradójicamente este videojuego es una rama (muy) directa que surge de la Alien de Ridley Scott. En otras palabras: está abandonada a un carácter prestado.
Pero.
Hay algo que no podemos pasar por alto, ni desde un punto de vista crítico ni desde el punto de vista del público. Y es que todos estos problemas podrían devenir en algo menos obstaculizante de lo que parece. Repasemos el asunto.
Cada película, cada obra, debería tener una intención, un foco, una diana a la que apuntar. La de Fede Álvarez con Alien: Romulus parece más o menos clara: dar lo que se espera de ella. Y hacerlo bien, con oficio. No con arte ni fuerza, pero sí con solvencia.
Si nos damos un paseo por sus flaquezas, podemos leerlas como si nos hicieran un daño fundamental como espectadores; o como si nos propusieran entrar en la habitación que ya conocíamos de antemano sin darle vueltas a por qué está ordenada así o por qué huele de esta manera.
Poniéndome culinario (y ya lo siento): es el frío vaso de coca-cola que te bebes entre dos reservas. La tapa de tortilla que llena la boca tras el mejor caviar. No, no es la comida mala y grasienta, sino la que sabe a conocido, la que no da ardor y se digiere bien y rápido.
¿Lo bueno? Cailee Spaeny, por supuesto. Este ha sido su año (Civil War, Priscilla), y se entiende por qué: su presencia es magnífica. Es imposible pedir el podio prestado a Sigourney Weaver, pero Spaeny tiene carácter y carisma.
¿Lo bueno, otra vez? Que le deja a uno con la sensación de haber obtenido lo que esperaba. No por expectativas, sino casi por obligaciones de la saga: dar terror con monstruo y personas agobiadas que tratan de escapar de ese monstruo y darle matarile.
Alien: Romulus es una película sencilla. Mucho. Lo que tiene se le intuye desde el minuto uno. Nada resalta, nada destaca. Tendrá que ser cada espectador el que decida si eso es lo que quiere, si eso es lo que busca. Porque para bien y para mal, eso es lo que va a encontrar.