por David G. Miño

Cloverfield (Matt Reeves, 2008)

Críticas breves | FECHA DE PUBLICACIÓN: octubre 9, 2024
Póster

Podríamos pensar que en el found footage ya se ha dicho todo lo que se podría decir. Es un estilo muy particular: permite un drama superior —todo «es» verdad—, pero exige una credibilidad también superior. Dentro de esto, Cloverfield es una obra con interesantes virtudes.

Matt Reeves demuestra una capacidad para la tensión nada desdeñable. Crea monstruos de la oscuridad, hace del metraje encontrado una virtud inesperada: a través de la trepidación y la imprecisión fabrica una angustia creciente que nunca afloja. Y no es una tarea sencilla.

Problema: el usual. Que la cámara graba demasiado, que está ahí cuando no debería estarlo. Nadie en su sano juicio se enfrentaría a una bestia mastodóntica con una handycam pegada a la mano. Pero si somos capaces de suspender la incredulidad en este punto, el filme despega.

Lo primero que llama la atención son sus reminiscencias kaiju. Se nota cómo Reeves profesa admiración por el asunto de grandes bichos reventando ciudades, y aquí se trae un Godzilla a Nueva York. Sabe generar la inquietud, la incontrolabilidad y la destrucción a gran escala.

Lo segundo: su comentario post-11S es de lo más atemorizante y agudo. El miedo ante el terror en su estado más puro, el pánico ante el agente externo, la terrible indefensión civil y la susceptibilidad ante lo desconocido. Consigue trasladar a la ficción un escenario terrible.

Es un filme que se debe a su tiempo, que de manera muy consciente examina una herida que probablemente nunca va a cerrar, que sigue supurando con violencia. Es imposible ver Cloverfield y no sentir un escalofrío por la espalda al ver los edificios caer y las polvaredas surgir.

Los personajes tienen su encanto. Reeves y su guionista Drew Goddard tienen la agudeza de convertirlos en algo más que símbolos. En seres humanos. Pese a todo el lío, es posible acompañarlos como individuos. Participar de su drama y sus emociones. Sus pérdidas.

Cloverfield es un buen espejo. Una película llena de virtudes que se padece (la imagen marea, el mundo se viene abajo) y se goza a partes iguales. El terror con monstruo nunca morirá. O al menos resistirá mientras podamos seguir usando esa otredad para reflejarnos en ella.

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